La semana pasada caminaba a mediodía, en dirección opuesta a la acostumbrada. Me detuve en un café pequeñito, expuesto a la calle, con la mitad de la barra en la banqueta. Una novedad: hace poco ocupaba este local una refaccionaria automotriz. Ahora hay un cartel con la silueta de una mujer que recuerda las novelas de Chandler, y una foto de Agustín Lara sentado al piano. Un silloncito rojo y un macetón con un arbolito rompen la grisura del asfalto. Se ofrecen baguettes, café y jugos de frutas.
Como necesitaba comer algo, pregunté por las baguettes. Qué sorpresa: blue cheese, Brie, queso de cabra, berenjenas, hojas tiernas de lechuga… El joven que me atiende toma nota de que llevo un tomo de Chéjov, y me habla de Anna Karenina y su amor desdichado, mientras pasa frente a nosotros una muchacha trans de anchos hombros, cadera estrecha y pelo negro larguísimo, brillante.
¿Desde cuándo en este barrio transparencias de organdí? ¿Desde cuándo, la fugitiva sensación/ de un beso que no ha de volver?